lunes, 1 de septiembre de 2008

La generosidad de José María

Tuve la fortuna de que José María Cervelló me permitiera ser su ayudante en la asignatura de Política de Asesoría nada menos que tres años. La labor consistía en sentarme en clase y poner cara de saber cómo tributa la hipoteca constituida por un particular a favor de un usurero, por contraposición con la hipoteca que garantiza un préstamo bancario.

Luego yo tenía que corregir en mi casa los casos prácticos de los alumnos y distinguir los que estaban simplemente mal de los horribles, tratando de encontrar algo salvable en los que eran directamente erróneos del todo. Acordáos de lo difícil que eran el asunto aquel de las viñas de la Rioja que había que arrancar por mandato comunitario, saber si el Código Civil está vigente y con qué rango, ordenar las fuentes del Derecho (leyes de bases y la de Presupuestos Generales del Estado incluidas), elaborar una lista decente de formas de “hacerse” (genérico) con un “solar” (específico), aplicar el ITP-AJD cuota fija y variable. En fin, quien más quien menos metíamos la pata todos los alumnos casi todas las veces que hablábamos.

¿Y qué hacía José María Cervelló ante el espectáculo de nuestra ignorancia? Pues siempre encontraba, entre toda la basura verbal, una idea, un destello, una pista hacia algo correcto. Desechaba lo que sobraba y tiraba del hilo de algo correcto o medianamente digestible que hubiera dicho el alumno. De esta manera le hacía ver al valiente voluntario (i) que más valía no profundizar en su error; (ii) que de todas las cosas equivocadas siempre se puede sacar alguna enseñanza; y (iii) que hay que seguir intentándolo sin rendirse. De esto último dio ejemplo para llenar bibliotecas enteras.

El curso terminaba con un pedazo de recompensa en junio consistente en una cena a la que nos invitaba José María a todos sus ayudantes, y entonces poníamos las notas alrededor de unos steak tartares en El Hispano. Cuantísimo trabajo le costaba suspender. Y mira que los alumnos hacían (hacíamos) méritos. Siempre veía Cervelló la forma de salvar a este alumno por su participación, a ése por su entusiasmo, a aquél porque fíjate en cómo fue mejorando … La dificultad de la asignatura y el método de enseñanza podían haber desembocado en una cosecha de suspensos, y seguro que nadie habría recurrido en reposición. Sólo una vez vino con la idea frontal de suspender a un alumno, y fue por un reiterado comportamiento de boicot en clase. Aun así, qué mal le supo a José María.

José María Cervelló tenía la generosidad de las personas muy inteligentes. Siendo quien más sabía, era capaz de reconocer el mérito (tantas veces, escaso) de los conocimientos de otros. Sabía reírse cuando le pillaban en un renuncio (gran victoria del alumno correspondiente). Compartía sus conocimientos. Buscaba huecos no cubiertos por el programa y los impartía él. Regalaba consejos en el poco tiempo que le quedaba libre.

Os cuento una última anécdota: un día en el MAJ coincidió la hora de la clase con un Real Madrid – Barça. Un alumno nos dijo que habían hecho una porra en clase y le invitó a participar, cosa que evidentemente hizo. Pues bien, José María Cervelló ganó la porra. El jueves siguiente, entró en clase y reclamó su dinero como un buen apostante. El siguiente jueves reinvirtió el premio en violetas de La Pajarita. Seguro que su reinversión sigue dando frutos.

Gracias José María, que no te lo dije suficientes veces en vida.

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