lunes, 3 de noviembre de 2008

Por lo menos mírame a los ojos cuando te hablo

Mi amiga María Martín tiene 38 años y es licenciada superior. El otro día fue a consultar con un abogado. Llegó puntual y estuvo sentada en una sala de espera con unas revistas y otras personas, todos ellos callados y con aire preocupado.

Veinte minutos después de su hora, la secretaria le hizo pasar a un despacho donde el abogado estaba sentado detrás de una mesa con un ordenador encima. Él no se levantó ni le dio la mano. El abogado le dijo buenos días, ella contestó buenos días, soy María Martín y tengo hora a las 10.30 con el abogado José Leizarán”. Él le respondió “el señor Leizarán no está, quizá venga más tarde pero ahora le atiendo yo, que soy Juan Hermoso. ¿Y qué le pasa?”.

Ella sacó unas bolsas planas con papeles en un cierto desorden y se las dio tal cual. Ella le dijo “es que tengo unos inquilinos que no me pagan”. Sin mediar palabra, él se lanzó sobre las bolsas de papeles, cogió el contrato de arrendamiento y se puso a tomar notas en su ordenador sobre el contenido del contrato.

Pasados unos minutos, ella le dijo “perdone, por favor, ¿me explica lo que está haciendo?” Él le dijo “estoy haciendo mi trabajo”. “¿Y qué encuentra?” preguntó ella. Él respondió “pues un litisconsorcio pasivo necesario, que derivará en un exequátur con toda probabilidad y, por aplicación del antiguo Convenio de Bruselas, actual Reglamento de Reconocimiento y Ejecución de Sentencias, podrá sin duda ahorrarse usted el procedimiento ordinario”.
Mi amiga no entendió. Estaba preocupada e insegura. Después de todo, a ella le habían recomendado a Leizarán y quién es este Hermoso, que ni siquiera mira a los ojos. Eso que ha dicho ¿es grave? ¿En qué porcentaje se gana o se pierde?

¿A que os parece inverosímil? ¿Increíble? ¿Cómo va el abogado a comportarse así? Nadie en su sano juicio confiaría sus asuntos a este abogado ¿verdad?

Pues donde pone María, poned el nombre de cualquiera de vosotros cuando vais al médico, igual me da si es de la Seguridad Social, del seguro o privado. Te citan a una hora. Te atienden a otra. Vas a ver a uno y está otro. No te saludan. Se abalanzan sobre los papeles. No entiendes lo que te dicen. Es más, se ven a sí mismos tan interesantes diciendo todos esos términos que no entiendes. Y si los entiendes, ellos suben el nivel con sus latinajos y sus raíces griegas, no vayas a llegar a entenderlos. Siempre quedan por encima. Si preguntas, te dicen que están haciendo su trabajo. Y sales de allí deseando mirar en Google lo que te han dicho. Ideal, vamos.

Imagináos que los abogados tratáramos a los clientes como tantos médicos tratan a sus pacientes. Cuánto tienen esos médicos que aprender de servicio al cliente.

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