jueves, 30 de abril de 2009

La ropa de marca, esa engañifa según Roberto Saviano en “Gomorra”

Todavía estoy recuperándome del shock de leer el libro “Gomorra”, de Roberto Saviano. Tiene más muertos, heridos y torturados que una película de mi denostado Harry el Sucio. Ahora bien, lo que de verdad me dejó impactada es el comienzo del libro, donde explica cómo se fabrican las prendas prêt-à-porter de las casas de alta costura. Lo resumo:

Una representante de cualquier casa de alta costura de nombre italiano (sí, sí, por ejemplo la que termina en “i”) llega a Sant’Antimo, un pueblo de la Campania, con el diseño de un vestido y una muestra de la tela. Se reúne con los jefes de las diversas ramas del “Sistema” (que es como se denominan a sí mismos los miembros de la mafia napolitana) y dice el número de unidades del vestido que hay que fabricar para el mercado oficial. Se subastan a la baja el precio y la fecha de entrega, apuntando en una pizarra las diversas ofertas que los empresarios del “Sistema” plantean. Por ejemplo, veinte euros por vestido en veinte días. Se levanta la sesión.

A las pocas semanas llegan de China al puerto de Nápoles las ricas y exclusivas telas encargadas por la casa de alta costura. Por supuesto sin pagar impuestos ni aranceles, las telas se distribuyen por todos los talleres clandestinos del “Sistema” que licitaron y no sólo el que ganó el concurso. Este dato es importante: todos los licitadores reciben las telas. Las prendas se cosen a contrarreloj en talleres semiclandestinos, que pagan lo justito a los trabajadores (EUR 600) aunque es hagan firmar la nómina por mucho más, de modo que por la diferencia generan dinero negro para sus fines. Mayores y menores de edad de los pueblos circundantes cosen y cosen en turnos día y noche. Por lo visto, son los mejores costureros del mundo. Moda italiana, ya se sabe…

Llegado que sea el día de entrega, aparecde la señorita Rottenmeyer para comprobar la calidad de las prendas. Si el empresario del “Sistema” ganador en la subasta ha producido en plazo y con la suficiente calidad, la casa de alta costura le paga e introduce los vestidos en el circuito oficial de tiendas de la marca. Si no dan la calidad requerida, no importa, se pasa al segundo clasificado en la subasta y así sucesivamente hasta dar con el nivel perfecto.

El resto de los vestidos, con sus etiquetas y todo (recuerda que estaban hechos todos con el mismo patrón y la misma tela) se venden también ¡faltaría más! Ya se ocupa el Sistema, que los vende a tiendas, grandes almacenes y otros canales tanto en Italia como en las principales capitales. Por supuesto, el Sistema las vende más baratas que la casa oficial, así que las tiendas se las rifan. Las prendas son idénticas o sustancialmente idénticas.

Hagamos un caso práctico con unos ejemplos limítrofes:

Ejemplo A: un/a modista muy hábil te “fusila” un modelazo de la última colección de Carolina Herrera hecho de un crêpe negro liso. No lleva etiqueta. ¿Acaso no llevas un Carolina Herrera?

Ejemplo B: vas a unos grandes almacenes y, creyendo comprar un original, “te colocan” uno de los de Saviano. ¿Acaso no es una falsificación?

Ejemplo C: con el trozo de tela que sobra, el avispado industrial napolitano hace unos cuadraditos, que comercializa en tiendas de todo a EUR 1 para trapos de cocina. ¿Qué es eso?

Desde que leí “Gomorra” de Roberto Saviano cada vez que veo puesto en alguien un traje de Armani, unos zapatos de Gucci o un bolso de Prada se me escapa una sonrisa amarga.


Dedicado a mi madre y a todas las madres, que pusieron un poco de sensatez en nuestras atolondradas cabezas cuando éramos pequeños y lograron que todavía quede algo.

1 comentario:

  1. Parece evidente que tienes razón. Es claro y sobretodo, lógico, lo que dices. (En especial esa referencia a las madres y la sensatez). Lo absurdo de pagar mucho, o muchísimo, más por lucir el nombre de alguien, lo carente de sentido que puede ser esconder nuestras inseguridades bajo la estela de excelencia que dejan otros, lo impúdico de contribuir a engordar a un sistema enfermizo…pero, ¿habrá diez justos en Sodoma? Desde luego que sí pero…(ahora empiezan las hostilidades…) dudo, no, no dudo, sé que ninguno de esos diez sería un abogado.
    Sin entrar en discusiones metafísicas sobre porqué un profesional de la mentira no pasaría por delante de San Pedro y, enlazando con entradas posteriores de tu blog llegamos un punto crítico: ¿no es un tanto extraño hablar de las marcas y de cómo no deberían representarnos cuando son los abogados, vosotros, el paradigma de eso mismo? No nos llevemos a engaños, la imagen, la ostentación, incluso el despliegue casi absurdo de medios es la mejor tarjeta de visita del gremio. ¿Quién se resiste a semejante estampa? Bolso de Marc Jacobs pulcramente colocado y cerrado al fondo, alineada la agenda de Jordi Labanda sobre la mesa, (aunque los trastos de matar sean siempre los mismos, la Blackberry 8800 manda), por supuesto nada de post-it ni material de oficina, un discreta estilográfica, no tiene porque ser una Marlen Aureus o una Ancora Suprema, nadie se fija tanto. Una Dunhill es suficiente. El despacho decorado en Banni; no sobra ni falta nada. No hay botellas de plástico, eso por descontado. Por supuesto zapatos buenos,¿ Manolo’s? no hace falta, unos Jesús Canovás estarían muy bien. La ropa discreta, muy Purificación García. Nada dejado al azar. Impecable. Falsamente cálido. Eso funciona. Y eso, son marcas. Los años de biblioteca y agonía pre-examenes no valen mucho (nada?) si no das esa imagen, si no transmites esa seguridad aplastante, sino eres una marca. Una buena marca. La exclusividad que busca el cliente, esa confianza que (¿tontamente?) da el saber que todo lo que estás pagando, bien pagado está, va de la mano de la excelencia y el prestigio y eso, se paga. Ces’t la viè.

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