lunes, 22 de diciembre de 2008

Lo que nos calienta (o los grados del debate)

Leyendo el 11 de diciembre La Tercera del diario ABC, encuentro un interesante artículo titulado “¿En el grado cuatro del debate político?” Emilio Lamo de Espinosa, Catedrático de Sociología de la Complutense, plantea cuatro niveles del debate político. Veamos cómo se trasplantan al debate jurídico:


El primer grado representa el debate perfecto, aquél en el que las partes, reconociéndose mutuamente como interlocutores válidos, atienden sólo a los argumentos del contrario, que se discuten sin malicia. Son ejemplos los debates científicos o los concursos literarios (decentes), en los que se tacha el nombre del autor de un texto a la hora de enjuiciarlo.


• En el segundo grado se conserva el reconocimiento mutuo, pero los prejuicios nublan el juicio. Este segundo grado es frecuente cuando se valoran posiciones políticas, en que nuestro oponente y nosotros mismos llevamos una etiqueta de “militante de X” o “republicano” o “pro-abortista” o tantas otras. Presenta la desventaja de que realmente no discutes con una persona portadora de un conjunto de ideas, sino con un estereotipo de lo que tu bagaje personal ha ido dejándote como perfil medio de ese cartel. Por ejemplo, un hombre de 35 años llama por teléfono al médico para que venga a visitarle a su casa de Chueca, y puede ocurrir que el médico llegue a visitarle con el prejuicio de que el hombre es gay, regenta una galería de arte, tiene un gato, lleva el pelo teñido y veranea en Ibiza. Es fatal que los profesionales que tienen que emitir un juicio (un médico, un juez, una compañía de seguros) funcionen con esa carga de ideas preconcebidas.


• En el tercer grado, cito a Lamo de Espinosa: “la comunicación con el interlocutor contrario (y la búsqueda de acuerdo) se desvanece por completo. Ahora ya no interesa argumento alguno, que es atribuible sólo a la malicia y perversidad o, como mucho, ignorancia, del contrario. El grado tres es así el paraíso de los maestros de la sospecha, especialistas en descubrir “intenciones espurias”, “estrategias”, “engaños”, “cortinas de humo”, “manipulaciones” o “conspiraciones”. Aparecen etiquetas como “rojo”, “fascista”…”


• Existe un cuarto grado: la eliminación simbólica del adversario, con ideas como “a todos estos habría que matarlos” o “si no hay otro remedio, pues que le torturen en beneficio de la comunidad” o “si su marido la pega, algo habrá hecho”.


• Supongo que el grado quinto es directamente la guerra, la noche de los cuchillos largos, el precio puesto a la cabeza de personas, de etnias o de grupos. Vamos a lo que íbamos. ¿Cómo se traslada al mundo jurídico, y en particular al mundo de los abogados, este conjunto de grados?• En el grado uno nunca estamos ni queremos estar. Los abogados trabajamos contra, con, por, para, según, sin, sobre (y todas las demás preposiciones) intereses de personas que nos contratan. Fuera del ámbito académico, nadie mantiene en abstracto la validez o nulidad de una cláusula.


• El grado dos es, a mi parecer, el óptimo: reconoces a tu contrincante como un interlocutor válido y le colocas algún cartel que te ayuda como referencia válida: “el abogado contrario es de plantilla de CCOO, luego tiene muchos otros expedientes, a ninguno de los cuales puede dedicar mucho tiempo” o “el abogado contrario es un junior del despacho inglés XX y no puede tomar decisiones solo porque debe reportarle todo al socio”.


o Este nivel de estereotipos resulta útil para conocer las reglas del juego, los tiempos en los que se mueven las negociaciones, la forma de razonar del contrario, etc. o Sin embargo, os doy algunos ejemplos de juicios erróneos basados en estereotipos:


- Puedes pensar “el abogado contrario tiene un número de colegiado muy bajo, luego es muy joven e inexperto”. Error, puede acabar de salirse de la carrera judicial, tener 50 años, amigos en todos los juzgados y toda la jurisprudencia en la cabeza.


- O bien puedes caer en el error prototípico del abogado junior de despacho con mucha marca: “mi contrario no es un letrado de un despacho famoso, luego yo soy mejor que él, que he pasado cien entrevistas y él nunca habría sido admitido”. Error garrafal y el tiempo irá demostrándoselo.


- Y, por último, el error que más me divierte por el enorme partido que acabo sacándole: “Vaaaya, una abogada. Seguro que tiene la cabeza puesta todo el día en sus temas domésticos y no se estudia los temas”. Afortunadamente, cada vez hay menos de éstos, pero se llevan grandes chascos. Y qué buenos ratos pasamos a su costa las mujeres del despacho.


• El grado tres sinceramente creo que imposibilita para el ejercicio de la profesión. Tus clientes pueden ser los más prejuiciados, insultones y suspicaces del mundo, pero no deben nublar tu juicio profesional. Donde ellos sólo vean ganas de dañar por dañar, animadversiones personales, venganzas que se sirven frías y demás fantasmas, tu responsabilidad es poner objetividad y no calentar el debate. Si te meten en su espiral, pásale el expediente a un compañero que sea más frío.


• Del grado cuarto (y del quinto), ni hablamos. Espero que os hayan servido estas reflexiones para identificar dónde estáis y enfriar el debate jurídico, que bastante animada está ya la política. Que paséis feliz navidad.


Teresa

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